La patada de Boban y el fútbol balcánico en los 90

Con motivo del estreno de La patada de Boban*, nuestro nuevo programa sobre política y fútbol en Ahora Ya Radio, aprovechamos para contar la historia que da nombre a ese espacio radiofónico. La patada de Boban fue un conocido episodio que sirvió para poner de manifiesto el odio que se estaba larvando en Yugoslavia y que dio pie a la terrible guerra de los Balcanes. Era mayo de 1990, días después de que los nacionalistas croatas de Tudjman ganaran las elecciones regionales, y se enfrentaban en Zagreb el equipo local, el Dinamo, y el Estrella Roja de Belgrado. Un partido inoportuno en un momento de máxima tensión. Los grupos ultras de ambos equipos contribuyeron definitivamente a caldear el ambiente en los días previos al partido. Nacionalistas croatas los del Dinamo, los Bad Blue Boys, y partidarios de la independencia; nacionalistas serbios los del Estrella Roja, los Delije, y defensores de una Yugoslavia unida bajo la hegemonía serbia. De hecho, el papel de los grupos ultras (serbios, croatas y bosnios) en la Guerra de los Balcanes pone los pelos de punta. Como resume muy bien Nacho Carretero en el mejor artículo que he leído sobre el tema, estos grupos «de la grada pasaron a la trinchera».

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Aquel 13 de mayo, ni los 3.000 Delije serbios que se habían desplazado hasta Zagreb ni los Bad Blue Boys que allí les esperaban estaban precisamente esperando el pitido inicial. De hecho, éste ni se produjo. Diez minutos antes hubo una invasión de campo y se organizó una brutal trifulca sobre el césped del estadio Maksimir. Con el equipo local sobre el césped, la policía yugoslava, superada por la magnitud de los acontecimientos, intentó controlar la situación y empezó a cargar contra los ultras croatas. En ese intercambio de porrazos, patadas, puñaladas y golpes, el capitán del Dinamo de Zagreb, Zvonimir Boban, vio como uno de los ultras de su equipo era golpeado por un agente tras caer al suelo. El futbolista no se lo pensó dos veces y lanzó una patada voladora contra el policía, paradójicamente un musulmán de origen bosnio. La imagen de Boban, uno de los futbolistas yugoslavos más prometedores, pateando a un agente se convirtió en un símbolo de que Yugoslavia se estaba aproximando peligrosamente al borde del precipicio.

A Boban, que había sido campeón del Mundo sub-20 en 1987 con la selección yugoslava y había anotado el único tanto balcánico y el penalti decisivo en la tanda en la final contra Alemania en Santiago de Chile, esta acción le convirtió en un hérore nacional croata. Él mismo se mostró orgulloso de esa condición y llegó a afirmar: “Ahí estaba yo, una cara pública preparada para arriesgar mi vida, mi carrera, todo lo que la fama puede comprar, todo por un ideal, por una causa: la causa croata“. Sin embargo, esa acción le costó una sanción de 6 meses que le impidió jugar el Mundial de Italia. Un Mundial al que Yugoslavia llevó a algunos de los flamantes campeones del Mundo juveniles como Jarni, Prosinecki, Suker o Mijatovic. Los Plavi eliminaron a España en octavos pero cayeron con la vigente campeona, Argentina, en cuartos por penaltis. Ésa fue la última Copa del Mundo que disputó Yugoslavia con jugadores croatas y bosnios en sus filas.

De una gran Yugoslavia a una gran Croacia

Lo cierto es que la «generación de Chile» disputó su último partido oficial como selección yugoslava en 1991 ante las Islas Feroe. En 1992 Croacia obtuvo permiso de la FIFA para jugar competiciones internacionales y sus dos primeras presencias en fases finales fueron muy meritorias. En la Eurocopa de 1996 cayeron en cuartos frente a Alemania, que se proclamaría campeona y en el Mundial de Francia llegó el gran éxito del fútbol croata. Tras caer en semifinales ante la anfitriona y posterior campeona, Francia, Croacia terminó tercera del mundo. Toda una gesta para un país de cuatro millones de habitantes y que se había independizado siete años antes. En ese Mundial Suker fue máximo goleador y Boban, uno de los jugadores más destacados de su equipo.

El mismo año en que Croacia fue admitida en la FIFA, Yugoslavia (lo que quedaba) debía jugar la Eurocopa de Suecia para la que se había clasificado sin demasiados problemas. Sin embargo, la guerra ya había estallado y finalmente los Plavi no pudieron disputarla. Su plaza fue ocupada por Dinamarca, que había sido segunda en el grupo de Yugoslavia en la liguilla, que, paradójicamente, acabó ganando el torneo.

Poco más de un año después de su famosa patada, Boban hizo las maletas y fichó por el Bari italiano. Ironías del fútbol y de la vida, en Bari acababa de ganar el Estrella Roja la Copa de Europa contra el Olympique de Marsella, con algunos representantes de la generación campeona del Mundo sub-20. A Boban le bastó un año en el Calcio para dar muestras de su exquisita técnica y en 1992 fichó por el Milan de Fabio Capello. En Milán formó parte de uno de los mejores equipos de los años 90 y ganó cuatro scudettos y la Copa de Europa del 94 contra el FC Barcelona en Atenas. En 2001, tras casi 200 partidos en Italia, Boban llega al Celta de Vigo de Víctor Fernández. Éste le había prometido ser parte importante del equipo, pero el croata ya estaba en lo último de su carrera y la plantilla del Celta era muy competitiva. Jugó poco, fuera de su posición y en octubre de 2002 decidió que lo mejor era volver a casa. Boban colgó las botas y se marchó a Zagreb, donde se licenció en Historia. Poco después empezaría una carrera en la enseñanza que compatibiliza con su labor de comentarista para televisiones croatas e italianas. A pesar de ser uno de los jugadores más importantes de la década de los 90, a Boban siempre le persiguió la patad del Maksimir.

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* La patada de Boban se puede escuchar aquí

El boicot a Israel en el mundo del fútbol

Hace poco más de una semana, la UEFA anunciaba las sedes para la Eurocopa 2020. Entre las 13 ciudades que se repartirán el torneo finalmente no estará Jerusalén. En las semanas anteriores a la elección, grupos de solidaridad con el pueblo palestino habían instado a Michel Platini a escuchar sus demandas para que Israel no acogiera ningún partido de la Eurocopa 2020. Finalmente vencieron.

Fondo norte de San Mamés en un Athletic-Hapoel Kiryat en septiembre de 2012

Fondo norte de San Mamés en un Athletic-Hapoel Kiryat en septiembre de 2012

Las demandas a la UEFA por este asunto se enmarcan en la campaña internacional de BDS (Boicot, desinversiones, sanciones) a Israel. Esta iniciativa nació en el año 2004 entre las organizaciones de la sociedad civil palestina y rápidamente se extendió a todo el mundo. El boicot al estado de Israel no es sólo económico, también es académico, cultural, político y, por supuesto, deportivo. El boicot como herramienta política ya se utilizó contra el apartheid sudafricano y, en especial, en el que era el deporte de los blancos de ese país: el rugby. Cada vez que la selección nacional de Sudáfrica, los Springboks, viajaban al extranjero eran recibidos por manifestaciones, pancartas y protestas contra el apartheid. En 1981 llegaron incluso a ser «bombardeados» con harina en pleno partido en Nueva Zelanda. Cuenta John Carlin en El factor humano que esos actos tuvieron una importancia fundamental para que algunos jugadores sudafricanos, pertenecientes a esa clase media que no se mete en política pero sostiene un régimen gracias a su inacción, tomaran conciencia de lo que realmente pasaba en su país.

Los motivos para promover el Boicot deportivo a Israel tienen que ver con la ocupación y el hostigamiento de la población palestina aunque hay quienes son partidarios de separar el fútbol de todo esto. Sin embargo, parece difícil del comprender, en primer lugar, que un estado asiático, como es Israel, pertenezca a la UEFA. Máxime cuando el fútbol y los futbolistas han sido víctimas de sus ataques contra la población civil palestina. El último de ellos, Mohamed Al-Qatari, asesinado en agosto de este año cuando regresaba de una protesta contra el bombardeo de Gaza cerca de Ramallah. También cerca de Ramallah fue asesinado el futbolista Saji Darwish, de 18 años, por un francotirador israelí. O el caso más conocido de Mahmoud Sarsak, que llegó a jugar en dos ocasiones con la selección nacional de fútbol palestina antes de pasar tres años en una prisión israelí sin juicio y sin cargos. Sarsak pudo ser liberado después de una campaña en la que se involucraron futbolistas como Frédérick Kanouté, Eric Cantona o Lillian Thuram y de pasar tres meses en huelga de hambre dentro de la cárcel. También a la selección palestina pertenecían los primos Adam Abd-Al Raouf Halabiya y Johar Halabiyeh, que recibieron tres y once disparos respectivamente cuando volvían de entrenar por encender un cigarro, que los soldados israelíes pensaron que era una bomba. Tras su arresto y posterior aislamiento, los dos primos consiguieron por mediación de la federación palestina un permiso para ser tratados en Jordania. Cuando regresaban de allí, fueron arrestados y hoy permanecen a la espera de juicio bajo detención administrativa.

Pero no sólo el asesinato o el arresto de futbolistas amenazan al fútbol palestino. La destrucción de infraestructuras (como el Estadio de Gaza en 2012), la limitación a la libertad de movimientos de los jugadores (especialmente de aquellos que viven en la Franja de Gaza), la prohibición de entrada a miembros de otras selecciones por parte del ejército israelí a los territorio ocupados o las trabas administrativas, hacen que jugar al fútbol se haya convertido para los palestinos en otra de esas odiseas cotidianas.

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A pesar de la victoria que supuso la no elección de Jerusalén para la Eurocopa 2020, los equipos israelíes siguen jugando competiciones europeas con total normalidad. Esta normalidad es la que pretende romper la campaña BDS; que un estado cuyo desarrollo sólo se entiende a través de la ocupación, la limpieza étnica y la opresión de un pueblo, se presente ante el mundo como un estado más. Otro duro golpe para la campaña de BDS deportivo fue la celebración en Israel de la Eurocopa de fútbol sub-21 en el año 2013.

Frédérick Kanouté y la causa palestina

La campaña de BDS pretende involucrar a aficionados, clubes y jugadores. Una de las voces más comprometidas con el pueblo palestino en el mundo del fútbol es la del malí Frédérick Kanouté. El exsevillista, aparte de implicarse activamente en la campaña por la liberación de Sarsak es conocido porque en enero de 2009 celebró un gol contra el Deportivo de la La Coruña mostrando una camiseta interior en la que podía leerse «Palestina» en varios idiomas. Este gesto le costó una tarjeta amarilla y una multa de 3.000 euros, que jamás se arrepintió de pagar. En aquellos días Gaza sufría uno de los castigos colectivos más duros que se recuerdan con la operación Plomo Fundido. Kanouté también firmó, junto a Eden Hazard y Didier Drogba entre otros, un manifiesto en el que se pedía la UEFA que la Eurocopa sub-21 no se jugara en Israel. Este manifiesto resumía muy bien un punto importante de la campaña del boicot deportivo: «Que Israel se encargue de celebrar el Campeonato de Europa Sub-21 de la UEFA en estas circunstancias será visto como una recompensa a esas acciones que son contrarias a los valores deportivos.»

Piqué, el Barça, Cataluña, la consulta…

«Estoy a favor de la consulta, es algo democrático que tiene que suceder porque la gente tiene su derecho a votar»

Gerard Piqué. Central del F.C. Barcelona
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Tengo que empezar reconociendo que no siento demasiada simpatía por Piqué. Me parece un poco arrogante. Tampoco es que le odie, hay muchos futbolistas que me caen bastante peor. Es posible que uno tenga motivos para ser arrogante cuando ha ganado todo lo que ha ganado Piqué y tiene una mujer como la que tiene Piqué. Puede ser, pero me da la sensación de que ese carácter ya lo tenía antes. Aún así me parece un buen central con un físico portentoso y una cabeza que podría estar mejor amueblada. Dicho lo cual, en esta ocasión creo que quienes le critican por apoyar el derecho de autodeterminación del pueblo de Cataluña no tienen razón.

Primero porque a mí, que escribo desde Madrid, me da la sensación de que Piqué lo que ha expresado no es ni más ni menos que un sentir mayoritario en la sociedad catalana: que votar no puede ser ilegal. No ha dicho si apoyaría el Sí, el No o si se quedaría en la cama jugando al Candy Crush. Simplemente ha dicho que la autodeterminación es un derecho, algo que me parece bastante coherente en una democracia.

Como era de esperar las críticas han arreciado. Y lo han hecho por donde suelen: que si por qué juega en la selección, que si la liga catalana, que si tiene negocios en España. Y aunque algunas de estas críticas han sido bastante certeras, en la mayoría se han vuelto a destacar aquellos del blanco o negro; el conmigo o contra mí. Algo que por desgracia se ha convertido en la tónica en todo este lío del referéndum. Y además, muchos de los que critican estas palabras del central del Barça hace bien poquito le alababan por su rendimiento en la Roja. Él y otros catalanes formados en La Masía le han dado a la selección española los años más gloriosos de su existencia.

Lo cierto es que el Barça está muy a menudo en el ojo del huracán para aquellos del «no se debe mezclar política y fútbol«. Como si otros clubes no hicieran política. Como si los chanchullos entre el Valencia y la Generalitat valenciana o las visitas de ministros y ejecutivos de empresas privadas al palco del Bernabèu no fueran política. Lo que ocurre en el Camp Nou es que esta estrategia de marketing del «Més que un club» ha sido muy efectiva desde los años 70 para presentar al Barça como el «ejército de un país desarmado» en palabras del gran Vázquez Montalbán. Ni más ni menos; sólo eso pero todo eso. Una cuestión de imagen para algunos, de interés para muchos y de responsabilidad histórica para otros. Supongo que todos ellos tendrán su parte de razón: la identificación del club como el equipo nacional de Cataluña tiene sus ventajas, sobre todo para los candidatos a la presidencia elegidos por una masa social casi exclusivamente catalana. Y lo que está claro es que en Cataluña muchos apoyan la consulta soberanista.