Reflexiones sobre Jimy, el Frente Atlético, el Calderón y la violencia

Una sensación ya vivida: una mezcla entre asco, pena, rabia y mucha vergüenza. Ajena y propia. Ajena, porque los imbéciles que van al fútbol a buscar bronca no tienen nada que ver conmigo. Pero también propia porque esos imbéciles dicen defender los mismos colores que yo y porque llevamos muchos años compartiendo grada. Y porque en el fondo sé que lo que manchan es el nombre del equipo al que yo quiero y de toda una afición a la que me siento orgulloso de pertenecer. No puedo evitar tener otra vez la misma sensación de ir casi pidiendo perdón por algo que yo no he hecho y que no haría jamás en la vida. Y no es la primera vez, aunque sé que este caso es distinto al de Aitor Zabaleta. Aquello fue un acto cobarde e injustificado contra un aficionado pacífico. No quiere decir que lamente menos la muerte de Jimy, pero me consta que la pelea fue pactada y que casi todos sabían a lo que iban. Digo casi todos porque no dudo que en los autobuses de aficionados del Deportivo hubiera también algún aficionado que iba a disfrutar del partido (sí, después de la pelea había un partido) que no se enterara de lo que el Frente Atlético y Riazor Blues se traían entre manos. En todo caso dos muertes en 16 años en el mismo estadio son muchas. Demasiadas como para pensar que ha sido otra casualidad o una pura cuestión de azar.

Josue

Quienes vamos habitualmente al Calderón sabemos que el azar no tiene nada que ver en todo esto. El azar no ha convertido el fondo sur del estadio en un lugar donde imponen su ley unos matones de barrio. De eso hay unos responsables. Y esos responsables son cómplices de dos muertes por no haberse atrevido o no haber querido cortar de raíz. La declaración de Cerezo al acabar el partido desvinculando los incidentes del fútbol fue infame, y las palabras de la persona que más manda en el Atleti diciendo que quién era él para tomar medidas, vergonzosa. De vergüenza propia, claro. La que muchos atléticos sentimos cada vez que uno de estos dos delincuentes (dicho sin ánimo de ofender, sólo de definir) se pone delante de un micrófono. Cerezo y Gil Marín saben que una parte muy importante de la afición del Atleti no aprueba su gestión ni que se hicieran con el club de forma ilegal. Pero cuando las cosas se les han puesto feas y la grada ha estallado en su contra, el fondo sur siempre mantenía un sospechoso silencio. Quien calla otorga.

Los pilares del palco están sostenidos por los violentos. Quitarles privilegios y limitar el cortijo que tienen montado en el fondo sur, les enfrentaría con la directiva. Eso la directiva del Atleti no lo quiere y probablemente no se lo puede permitir. Han sido años en los que esta alianza entre los matones de la grada y los delincuentes del palco se cimentaba en la simple connivencia. Tú no te metas en mis asuntos y yo no me meto contigo. Y así ha crecido una bestia muy desagradable y que el domingo volvió a mostrar su cara más brutal. Por eso soy muy escéptico con la cacareada disolución del Frente Atlético anunciada hace pocas horas. Primero porque aunque soy joven, con la experiencia he aprendido a desconfiar siempre de las palabras de Gil Marín. Segundo porque todo esto tiene pinta de ser un golpe de efecto mientras dura la tormenta, que se irá desinflando con el paso del tiempo. Y tercero, y más importante, porque no creo que el problema sea que exista una peña llamada Frente Atlético, como no lo hay en que exista una peña llamada José Antonio Reyes (bueno, esto sería jodido). El verdadero problema son los matones de barrio que pululan por allí y de paso, todo hay que decirlo, muchos hacen negocio con ello. Por eso, más que disolver nada lo que hace verdadera falta es identificar a los violentos y expulsarles de una vez y para siempre de NUESTRO estadio.

El perjuicio al equipo y a toda la afición

Pero puestos a buscar culpables, los atléticos también tenemos que hacer autocrítica. Yo, como socio y habitual del Calderón, probablemente también haya contribuido con mi granito de arena a alimentar a la bestia. Yo he visto pancartas vomitivas de pésame a Jörg Haider, pidiendo la absolución del asesino de Carlos Palomino o en solidaridad con los neonazis griegos Yorgos y Manolis, asesinados en 2013. En las celebraciones he visto brazos en alto y «Sieg Heil». Y he seguido a lo mío porque pensaba que el Atleti estaba por encima de todo eso. Porque para mí el Atleti es lo que importa en todo esto. Al final, los que vamos al fútbol a divertirnos, los que creemos que la batalla la libran 22 millonarios en un rectángulo y sólo dura 90 minutos, quizá también tenemos un poco de culpa. A veces nos hemos creído eso de que son un mal menor que hay que pagar por tener un ambientazo. Porque son los únicos que animan, porque sin ellos los partidos de casa serían aburridísimos, porque no ganaríamos tantos puntos en nuestro estadio… Y el mal menor resulta que era un gran mal. Y mataba. O quizá es que para muchos el fútbol es sólo una excusa para pasar un buen rato de domingo con tu padre, tu cuñada o tus colegas y hemos preferido quedarnos con eso antes que con la parte desagradable. Y no soy precisamente de esos que piensan que el resultado es lo de menos, pero hay partidos como el del domingo pasado en los que te das cuenta de que hay cosas mucho más importantes.

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Lo que hay que ver a partir de ahora es cómo afecta todo esto al equipo. Porque esos que dicen dejarse la vida por el Atleti, están haciendo un mal incalculable. Y no sólo en cuestión de imagen (tremendamente dañada), sino también en lo deportivo. Uno de los mejores Atletis de la historia puesto en riesgo por unos cafres. Ahora en cada partido de casa la atención que debería recaer sólo en el césped va a estar en otro sitio. Y habrá que ver si la plantilla se puede aislar de eso. Me preocupa también el lugar en el que queda la mayoría de la afición del Atleti, una afición a la que le gusta disfrutar de su equipo y nada más. La herida que deja esta nueva muerte es profunda.

La motivación política de la pelea creo que está fuera de toda duda. Porque motivación deportiva, desde luego, no tenía. Sin embargo, que no me la vendan como una reedición de la Batalla de Brunete porque no compro. Que unos son nazis y otros antifascistas está claro. Que por eso se tienen ganas, seguro. Pero me juego el pulgar de mi mano derecha a que de todas las personas que participaron en la reyerta, no había más de 10 que hubieran leído el Mein Kampf o El Capital. Y me parecen muchas.